Un libertario se encuentra con un oso, de Matthew Hongoltz

Con el subtítulo El utópico plan para liberar a un pueblo (y a sus osos), este libro cuenta la (loca) historia de un grupo de libertarios que idearon un plan para tomar el control de una ciudad estadounidense y eliminar por completo a su gobierno. En Zenda ofrecemos el Prólogo de Un libertario se encuentra... Leer más La entrada Un libertario se encuentra con un oso, de Matthew Hongoltz aparece primero en Zenda.

Jan 21, 2025 - 06:32
 0
Un libertario se encuentra con un oso, de Matthew Hongoltz

Con el subtítulo El utópico plan para liberar a un pueblo (y a sus osos), este libro cuenta la (loca) historia de un grupo de libertarios que idearon un plan para tomar el control de una ciudad estadounidense y eliminar por completo a su gobierno.

En Zenda ofrecemos el Prólogo de Un libertario se encuentra con un oso (Capitán Swing), de Matthew Hongoltz-Hetling.

***

Prólogo

El bombero y el oso

«Qué extraño que los osos, con lo que les gusta la carne, y que se enfrentan a pistolas, incendios y veneno, nunca ataquen a los hombres salvo para defender a sus crías. ¡Cuánta facilidad tendría un oso para levantarnos por los aires mientras dormimos!».

John Muir, Mi primer verano en la Sierra, 1911

Fue en el verano de 2016 cuando el bombero se convenció de que el oso lo estaba observando. Entre las alturas de las copas de los árboles, durante todo el verano, el oso debía de haber vigilado la vieja escuela en la carretera de Slab City mientras la figura alta y esbelta del bombero se desplazaba bajo sus pezuñas.

¿Cómo, si no, podría explicar John Babiarz todas aquellas veces que salía de casa para encontrar, a su regreso, que al destartalado gallinero, al vetusto manzano y al improvisado corral de ovejas les faltaban gallinas, ramas y ovejas? A plena luz del día, para más inri. Aun cuando el problema con el oso amenazó con descontrolarse, Babiarz no llamó a los agentes de control forestal. Él no era de los que corrían a pedirle ayuda al Estado.

Conocí a Babiarz mientras investigaba una serie de misterios en Grafton, un minúsculo pueblo soterrado bajo los bosques del oeste de Nuevo Hampshire. A esta comunidad rural y aislada de unas quinientas sesenta familias homogéneas (el 97 por ciento de los habitantes de Grafton son blancos; el cero por ciento son negros) acudía la gente que buscaba libertad.

En los últimos veinte años, solo ha sido noticia a nivel nacional en dos ocasiones. En 2004, Grafton recibió una breve atención por ser el enclave de uno de los experimentos sociales más ambiciosos de toda la historia moderna de Estados Unidos: el llamado Free Town Project (Proyecto Liberar la Ciudad). Libertarios1 de todo el país anunciaron su traslado a Grafton para «liberarla» del yugo opresor del Gobierno. Años después, en 2012, Grafton volvió a convertirse en objeto de infamia tras acoger el primer relato moderno creíble que se recuerda de un ataque de oso salvaje a una persona en Nuevo Hampshire.

Ambos eventos no parecían guardar relación. Solo tenían en común el escenario: los amenazadores bosques de Nueva Inglaterra. Sin embargo, pronto aprendí que los vecinos de Grafton de toda la vida, los liberadores libertarios y los osos con sorprendente iniciativa no solo estaban conectados por los caminos de tierra que serpenteaban entre las agrestes colinas y valles.

Mientras recorría las calles de Grafton, boli y bloc de notas en mano, tuve la oportunidad de conocer a varios vecinos del pueblo, entre ellos: Jessica Soule, una veterana de Vietnam que se convirtió en una acólita del controvertido reverendo Sun Myung Moon; Adam Franz, un comunista fanático del póquer que soñaba con fundar una comunidad de supervivencia; la Señora de las Rosquillas, una abuela amable y generosa que me pidió permanecer en el anonimato; John Connell, un obrero industrial de Massachusetts en una misión religiosa; y, por supuesto, John Babiarz, el bombero libertario que les abrió las puertas de Grafton a los seguidores del Proyecto Free Town y, acto seguido, pasó la siguiente década tratando de justificárselo a sus vecinos no libertarios.

La mañana de un sábado de 2017 fui a visitar a Babiarz a su casa: una antigua escuela de 1848 que había renovado y equipado con paneles solares. Entre las plantas en macetas y los detritos políticos que atestaban la diminuta cocina, me llamó la atención un cartel en el jardín que me instaba a votar a Harry Browne en las elecciones presidenciales de 1996.

Babiarz también se había presentado a las elecciones presidenciales en varias ocasiones. Él era un político y yo un periodista. Ambos habíamos aprendido que, con tan solo una sonrisa, se podían limar muchas asperezas políticas, así que ahí estábamos nosotros sonriendo y asintiendo mientras me explicaba cómo la filosofía libertaria de los derechos individuales y de propiedad se cruza con el tema de la gestión de los osos. Según Babiarz, el problema del pueblo con los osos era el resultado directo de un Gobierno incompetente.

«Si el Gobierno no hace su trabajo, lo hará el pueblo», dijo riéndose. Babiarz tenía una risa de lo más peculiar que pronto comprendí que me recordaba a la de Krusty, el payaso de Los Simpson. Y, para más inri, era una risa encantadora; en cuanto me despisté, le estaba dando la razón. ¡Puto Gobierno!

A Babiarz lo habían disparado una vez, no durante sus años en el Ejército del Aire de Estados Unidos, sino en su patio delantero. Un cazador de faisanes algo despistado le disparó en el culo.

«¿Que si dolió? Joder, a punto estuve de sacar la pistola y devolverle el tiro; se libró por los pelos», dijo mirando una de las múltiples pistolas que tenía repartidas por la propiedad.

Más sonrisas. Me estaba empezando a caer bien el tal Babiarz. ¡Puto cazador de faisanes!

Al fin, Babiarz me habló sobre el oso que le había estado vigilando. Durante el verano de 2016, tuvieron un desacuerdo de difícil resolución: ¿podría el oso comerse todas sus gallinas… o ninguna?

Me enseñó dos gallineros donde habría unas treinta gallinas: la amalgama de colores indicaba que había una mezcla de razas, entre ellas, barred rock (muy prolíficas y mandonas también), buff orpington (huevos grandes, amistosas) y ameraucana (huevos azules y resistentes a las bajas temperaturas). Pero era un elenco rotatorio, porque el oso normalmente se comía unas tres o cuatro gallinas de una sentada.

Cuando al oso le dio por atacar a través de las paredes del gallinero más viejo, el bombero decidió agrupar a todas las gallinas en el nuevo gallinero, mucho más robusto. Pero una de las gallinas, que por aquel entonces ya había sobrevivido a tres o cuatro ataques del oso, se negaba a cambiar de corral.

«Era muy escurridiza», explicó entre risas.

Yo también me reí. ¡Puta gallina!

Días después, Babiarz todavía no había acorralado a la gallina. Pero una tarde, mientras alcanzaba la cima de una colina cerca del pequeño anexo de la casa, vio al oso a unos nueve metros, dando vueltas en círculo mientras perseguía a la gallina sobre la hierba entre el viejo gallinero y un tractor.

La gallina, una australorp negra (buena ponedora, guía a los osos hasta los humanos), vio a Babiarz y corrió hacia él con el oso pisándole los talones.

La gallina saltó a los brazos del bombero y el oso frenó en seco; puede que esa fuera la primera vez que veía a Babiarz. Hombre y oso se miraron fijamente. Al lado, en el anexo, Babiarz sabía que había un AR-15 apoyado contra la pared, entre un archivador y una trituradora de papel. Pero ¿conseguiría llegar a tiempo?

«Ni se te ocurra —le dijo en voz alta al oso—. Chaval, tengo la pistola ahí al lado y te juro que… que te reviento».

Tras un largo momento de tensión, el oso dio media vuelta y se marchó, pasando por el campo de tiro del bombero y en dirección a un pantano.

«No tenía miedo —señaló Babiarz—. Lo cual es, es…, lo cual es un problema».

Otros vecinos, que también se las habían visto con el oso, usaron palabras similares para describirme sus encontronazos. El oso estaba envalentonado. No parecía tener miedo. Los miró fijamente antes de pasar de largo, dijeron. Al final, comprendí que los vecinos de Grafton tenían que haber visto venir el primer ataque del oso. Y que, de hecho, los ataques futuros eran todavía más predecibles.

Esa no fue la última vez que Babiarz vio a ese oso en concreto; lo llamaba su Moby Dick.

«No me preguntes por qué, pero los encontronazos con osos forman parte de mi vida desde hace décadas —reflexionó—. Quién sabe, igual es por mi espíritu maligno».

No cabía duda de que algo extraño estaba atormentando al pueblo de Grafton: algo capaz de enfrentar a vecino con vecino, a las libertades con la seguridad, al hombre contra la bestia. Pero ¿que hubiera un espíritu maligno escondido tras la sonrisa de Babiarz? Parecía improbable.

Nos miramos un instante y nos echamos a reír.

—————————————

Autor: Matthew Hongoltz-Hetling. Traducción: Carolina Santano Fernández. Título: Un libertario se encuentra con un oso. Editorial: Capitán Swing. Venta: Todos tus libros.

La entrada Un libertario se encuentra con un oso, de Matthew Hongoltz aparece primero en Zenda.

What's Your Reaction?

like

dislike

love

funny

angry

sad

wow