La elección del duque de Medina Sidonia como comandante de la Gran Armada

Bernardino de Escalante, marino y cortesano de Felipe II , destacó la importancia del  prestigio que debía de poseer el sucesor de Santa Cruz en una misión de esta envergadura.  La alta alcurnia era algo imprescindible porque...

Jan 17, 2025 - 12:01
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La elección del duque de Medina Sidonia como comandante de la Gran Armada

Bernardino de Escalante, marino y cortesano de Felipe II, destacó la importancia del  prestigio que debía de poseer el sucesor de Santa Cruz en una misión de esta envergadura.  La alta alcurnia era algo imprescindible porque embarcados se encontraban hijos de las  casas más ilustres de España.  

 

Esta circunstancia exigía un comandante con un especial ascendiente que a todos  convenciera y que todos obedecieran. Se trataría de un liderazgo social porque como  expone Escalante: «importa que lo sea para ser respetado y seguido por los caballeros  […]». Es decir, la razón social más que la idoneidad militar, una fórmula de difícil encaje  para operaciones en las que se debería ponderar la eficiencia bélica.  

 

Las genealogías familiares tenían su importancia y mucho en aquella época, no solo en  España, también en Inglaterra y en el resto de los países europeos. Este sesgo social hunde  sus raíces en la cultura clásica de Grecia y Roma en donde los antecedentes familiares  determinaban la provisión de muchos cargos, aunque no en exclusividad. La genealogía es  importante, pero no para ostentarla con vanidad, sino para merecerla en usos y cometidos  honorables, si no deviene en algo baldío, pierde su lustre. Por esta razón, expone Martínez Valverde, fue nombrado Juan de Austria generalísimo de la Liga en Lepanto para evitar, entre los distintos mandos de las escuadras, la pugna para el liderazgo de la flota, con el peligro presumible que se malograse la ofensiva.  

 

Sin embargo, una cosa son los títulos y otra muy distinta la valía del personaje con sus capacidades. Porque lo idóneo hubiera sido que la persona vistiera al título y no el título a  la persona, retomando aquellos versos de Calderón de la Barca. En estos tiempos todavía  no se habían establecidos los capitanes de Mar y Guerra, en las flotas de Indias que comenzaron en 1607 y tampoco la constitución del Cuerpo General de la Armada, que lo  fue en 1714 con la Casa de Borbón

 

Pero Felipe II ya tenía pensado quién ocuparía el puesto de Santa Cruz. El providencialismo  había penetrado profundamente el corazón de Felipe y había omitido un análisis objetivo  de la situación, o quizás no. También en el lado inglés, Isabel I había designado como  almirante de la flota inglesa a lord Charles Howard , barón Howard de Effingham, estadista  pero no marino.  

 

Era Alonso Pérez de Guzmán y Sotomayor, natural de Sanlúcar de Barrameda, de la casa  de Guzmán, oriunda de León. Persona prudente y dócil, nos habla Cabrera de Córdoba, de  trato afable y conciliador en los consejos. La descripción que ofrece el prof. Boris Osés es  la de un hombre con un semblante pensativo envuelto en un aura de melancolía. De  carácter apacible y amable por naturaleza, considerado y cortés. 

 

De él dijo el embajador de Venecia que tiene excelentes cualidades y es generalmente  querido. No solamente es prudente y valeroso sino de un natural bondadoso y benigno... Solamente podía desearse de él tener una mayor experiencia de mar. 

 

Cabrera de Córdoba lo describe como prudente y dócil para seguir pareceres de los ilustres  caudillos que iban con él, para asesorarle en las cosas de la guerra y en las del mar.

 

Era uno de los aristócratas más acaudalados en España. Su medio de vida era la  administración de su patrimonio, pero había ejercido, por empeño de Felipe II, en 1580, el  gobierno y capitanía General de Milán. También recibió el encargo regio de participar en los  preparativos de la Gran Armada, a tal efecto lo nombró capitán general de Andalucía el 8  de enero de 1588. Este empleo le supuso operar como adelantado en los territorios  norteafricanos y operó favorablemente en el conflictivo tema de Larache con el sultán de  Marruecos. No hay nada de extraño que, a la muerte del marqués de Santa Cruz, pensara en él como sucesor.  

 

El 11 de febrero de 1588, Felipe II informa a Medina Sidonia que debía de comandar la flota,  expidiendo cédula por la que se le nombraba capitán general del Mar Océano. El duque se  sintió horrorizado, pues no contaba ni con la salud suficiente y tampoco con los recursos  financieros necesarios para tomar la empresa. Tampoco con la experiencia naval  necesaria. 

 

Inquieto por el trasunto del nombramiento, envía el 18 de febrero nuevamente una carta al  rey, agradece la distinción, pero excusa la empresa. Juan de Idiáquez y Cristóbal Moura,  cuando la recibieron, no se atrevieron a comunicarla al rey, e idearon una estratagema para  bien convencer a Medina Sidonia, digamos que le hicieron una sugerencia que no admitía  una negativa por respuesta. Le escribieron las siguientes palabras: 

 

«[…] Y mire V. S. q[ue] de aqui cuelga conservar la reputación y opinión q[ue] el  mundo hoy tiene de su valor y prudencia y q[ue] todo esto se aventura con  saberse lo que nos escribe de q[ue] nos guardaremos bien […]». 

 

No hubo más cartas. No hubo más lamentos. Aceptó resignadamente el nombramiento en  fecha 21 de marzo de 1588, y, con ello, empeñó prácticamente su vida a la buena marcha  de la empresa, contaba 37 años. 

 

Se ha alegado por autores que uno de los motivos de su nombramiento fue causado por el  carácter del duque, siempre fiel a la palabra del rey. Unido al hecho de que, ante su falta de experiencia bélica en el mar, obedeciese lo que el rey le ordenara sin contrariarlo. 

 

Otros explican que la reticencia en adoptar el cargo fue, precisamente, las deficiencias que  presentaba la Armada.  

 

Exponen Rodríguez Salgado y De la Fuente¹, que la gran aportación de Medina Sidonia  fueron sus dotes logísticas que procedían de haber organizado flotas para las Indias. De  idéntico parecer, Geoffrey Parker², para quien Medina tuvo una capacidad de planeación,  de organización, en campañas navales y terrestres muy conseguida. Así lo demostró como  superintendente en el despacho de flotas cuya gestión fue calificada como muy eficaz³.  Encomiable fue su desempeño en la campaña portuguesa, criterio distinto, sin embargo,  es el mantenido por Fernández Álvarez⁴.

 

Tuvo gran éxito en el relevo de las tropas que habían salvado la ciudad de Cádiz durante el  ataque de Drake en 1587. Además, Medina conocía los secretos de la Gran Armada pues  había residido en la Corte durante el otoño de 1597 participando en los debates junto a los  ministros y consejeros del rey⁵. 

 

Bajo su mando, la Gran Armada aumentó de tamaño, de 114 barcos, pasó a 151 entre  febrero y marzo. Hombres de mar de 1.124 a 7.666⁶. Incrementó el número de soldados  que de 12.604 pasó a 18. 539. Completó el suministro de cañones, munición y vituallas que  habían sido pedidos por el marqués de Santa Cruz.  

 

A propuesta de Medina Sidonia se nombra a Diego Flores de Valdés como consejero en la  Armada. González Aller expone lo inexplicable de esta elección, en atención a los  incidentes que causó con el capitán Gamboa en Brasil. 

 

Otro nombramiento propuesto fue el de Francisco Duarte como comisario y proveedor  general de la Armada. Contaba como consejeros técnicos a Pedro Valdés y a Bobadilla. 

 

Tras consulta con el rey, el duque de Medina Sidonia nombra almirante general de la  Armada a Juan Martínez de Recalde⁷. 

 

En oficio confidencial, solo para ser abierto en caso de muerte del duque de Medina  Sidonia, el rey había dispuesto el nombramiento de Alonso de Leyva, como capitán general  de la Armada. 

 

Con gran diligencia el duque llegó a Lisboa a mediados de marzo y a finales de mayo se  hicieron a la mar. Pero la transición de la empresa de un almirante a otro no fue fácil porque  había asuntos que requerían atenciones especiales. 

 

 

 

 

 

¹ De la Fuente, P. «Mando orgánico y liderazgo táctico en la Gran Armada (1588)» , Revista de Historia  Naval, 2002,78, p 33 y ss.. 

² Parker, G., «Felipe II» , Alianza Editorial, Madrid,1993, p. 203. 

³ Salas Almela, L., «Un cargo para el duque de medina sidonia: Portugal, el estrecho de Gibraltar y el comercio indiano (1578-1584)», Revista de Indias, v. LXIX, 247, 2002, p. 31. 

⁴ Fernández Álvarez, F., «Felipe II y su tiempo», Espasa, Madrid, 1998.

⁵ Parker, Geoffrey, «Felipe II: La biografía definitiva», 5ª edic., Editorial Planeta, Madrid, 2010, p.  1150. 

⁶ AGS GA, 221, p.158. 

⁷ Fernández Duro, C., «La Armada Invencible» , Sucesores de Rivadeneira, Madrid, 1884, doc. 97, p.  19.

 

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