Dictadura selectiva

Ya se sabe quiénes sostienen a Maduro en nuestro país: los que pretenden llevar a la Argentina al desastre en que el chavismo ha sumido a Venezuela

Jan 15, 2025 - 04:23
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Dictadura selectiva

Con el grueso de los países del mundo dándole la espalda, Maduro reasumió la presidencia de Venezuela. Ya no es un problema exclusivo –y enorme– de los venezolanos tener a un dictador manejando los destinos de su país. Es un dilema para las democracias del planeta que haya alguien que se erija como mandatario en nombre de ella habiendo pisoteado sus principios, fraguado los cómputos electorales, escondido las actas que claramente lo daban perdidoso, haciendo desaparecer personas, persiguiendo y encarcelando a todo aquel que se atreva a denunciarlo.

Maduro es un violador serial de derechos humanos apoyado por sujetos y organizaciones que comparten con él una mirada tan miope como peligrosa: la que considera que solo deben respetarse y defenderse los derechos de su propia gente.

Una carta de lectores publicada en LA NACION, firmada por Ricardo Albanese, reparaba en el comunicado por el que la organización Madres de Plaza de Mayo dio un contundente apoyo a Maduro el día de su reasunción. “No lo entendía [hasta que] recurrí a los archivos periodísticos de las últimas décadas y comprendí. Muchos de sus hijos pertenecieron a las organizaciones terroristas del ERP y Montoneros, quienes buscaban instaurar en nuestro país, a través de atentados, secuestros y asesinatos, un sistema económico, de gobierno y cultural similar al impuesto por Maduro”, escribió el lector.

Las de esos grupos son expresiones de coros desafinados que reclaman resistir frente a todo aquello que les haga tambalear el relato que construyeron por décadas a fuerza de combates pseudoculturales que solo lograron divisiones y enconos. Se erigen en directores de orquesta –cada vez más raleadas– que no tienen ya cómo explicar por qué la violencia es buena cuando la ejercen sus músicos. La violencia es un horror, provenga del lugar de donde proviniere.

Los apoyos que recibió Maduro confirman el estado de soledad en que va quedando su farsa y la hipocresía de sus fieles de utilería. Del lado argentino, recibió dos avales explícitos, dignos de perderse en la senda de la rectitud y de la lógica: el de la “castrista” Alicia Castro –nunca más precisa la redundancia– y el del borocotizado Carlos Raimundi.

Otros que lo respaldan abiertamente desde siempre esta vez se resguardaron en un silencio cómplice. Si bien no hubo pronunciamiento ni de Cristina Kirchner ni del Partido Justicialista que ella preside, todos sabemos que fueron y son socios políticos y económicos del dictador venezolano y que esa tiranía era el ejemplo de país al que nos pensaban conducir.

En tanto, en su escrito reivindicatorio del dictador chavista, las Madres caracterizan a la Argentina como un país sometido a “las crueldades impuestas y generadas por un gobierno perverso [el de Javier Milei]”, y apelan a que Maduro “tenga la fortaleza y la sabiduría suficientes y necesarias para enfrentar con decisión la planificación perversa de Estados Unidos y su proyecto de sometimiento de los pueblos latinoamericanos”.

Es la misma burda resistencia que las Madres, los intelectuales de izquierda, los sindicalistas y los movimientos sociales kirchneristas reivindicaban tras conocerse el indiscutible triunfo de Milei en el balotaje. Es decir, estuvieron entonces tan dispuestos a desconocer la legalidad democrática local como están ahora decididos a apoyar la atroz ilegalidad dictatorial venezolana. ¿Una contradicción? No, si se lee al ensayista e historiador Loris Zanatta, quien en su momento lo explicó con una clara analogía: “Resistencia es una palabra ampulosa y densa de historia y debe utilizarse con precaución; su uso no es indiferente ni inocente. En Europa evoca la resistencia partisana contra el nazifascismo; es una gran palabra. En la Argentina, evoca la resistencia del peronismo a los regímenes que lo proscribieron y es más ambigua. Claro: proscribirlo fue antidemocrático, pero tampoco había sido democrático su gobierno. Con estos precedentes, no conviene erigirse en adalid de la democracia”.

Allí fue donde el lector Albanese pudo haber encontrado también la explicación: en los oscuros precedentes que ningún forzado revisionismo podrá modificar a pesar de los ingentes esfuerzos por acomodar la realidad a su gusto y conveniencia.

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