Noche húngara tejida a mano
Nos llegaba con el quinto concierto de la temporada de la ROSS un programa casi completamente húngaro, si hacemos el esfuerzo de partir de la esencia magyar y evitamos meternos en lo de austro-húngaro, danubiano, mondta o ébony. Además, se daba la circunstancia de que el director, György Ráth , seguramente es uno de los más antiguos invitados al podio de la orquesta, si no el que más veces ha venido a lo largo de estos 34 años. Los aficionados mayores lo recordarán con aquel fajín morado cardenalicio y sus coreografías en el podio. Pero cambió y se convirtió en un director muy interesante, hasta el punto de aparecer en muchas quinielas recientes como posible director titular de la ROSS y al que, por cierto, el público se hartó de aplaudirle. Seguramente su edad pudo ser decisiva si queríamos una orquesta que uniese su destino al de un joven y prometedor director. El programa se presentaba en cierto modo al revés de lo acostumbrado, puesto que se estructuraba desde las obras más populares a las menos o, en todo caso (como el 'Concierto rumano' de Ligeti ), de las más accesibles a las más fragosas. 'Los preludios' de Liszt es un poema sinfónico cuyo texto está vagamente relacionado con el poema de Lamartine del que supuestamente parte, y que Ráth fue vinculando como un tejido hilvanado por una aguja de lana, con una claridad diáfana en las secciones, si bien con una ejecución donde había 'puntos' que se saltaban o invertían, de manera que no nos dejaban ver con claridad todo el dibujo del tapiz. Eso sí, cada sección exhibía un colorido brillante y una claridad traslúcida. En este último aspecto, podíamos oír la melodía, por ejemplo, en los segundos violines mientras los primeros acompañaban con sutilísimos arpegios que se escuchaban sólo poniendo mucha atención. Y se iba repitiendo el perfil con otras secciones de la orquesta y obteniendo así un paño no perfecto, sino incorrectamente perfecto, como hecho a mano. Iba apareciendo lentamente todo el potencial orquestal, preludio de lo que sería el resto del concierto, hasta llegar al fastuoso final de 'El mandarín maravilloso'. A continuación tocaba el turno al concierto con orquesta, en este caso el nº 2 en La mayor S. 125 de Liszt a cargo de uzbeko Eldar Nebolsin . Saltó a la fama a raíz de ganar el Premio Paloma o'Shea con 17 años (1992) y nos comentan que seguramente estuvo en Sevilla por primera vez al año siguiente, ya que Juventudes Musicales tenía un acuerdo con el concurso para que el ganador realizase una gira por las 'franquicias' juveniles. Y pudimos recordar al presentar la propina en un perfecto español, que estuvo en España durante años, además de como concertista como profesor de la Escuela Reina Sofía . Con la ayuda impagable del excelente Yamaha, Nebolsin no tardó en mostrar sus principales cualidades, algunas de las cuales también definen a uno de sus alumnos más famosos, Juan Pérez Floristán : por ejemplo, la finura de su fraseo , el acendrado pianismo , pero sobre todo la capacidad y facilidad para cambiar las atmósferas, el carácter de la música, en pocos compases , tornándose en un momento las olas del sunami en sutiles vapores. Es decir, desde poner a prueba la resistencia del piano a evocar lejanos sonidos con un control del pedal de fuerza verdaderamente extraordinario, y que al ofrecer un matiz intimista con ayuda de la sordina, esta consiguiese el efecto deseado sin oscurecerse: todo un milagro. Por supuesto, las secciones 'a solo' fueron las que más consiguieron fijar en nuestra memoria tanto el extremo virtuosismo que requiere el concierto como el sonido tornadizo y cambiante de sus manos. Sinceramente, la entrada orquestal en el concierto de piano volvió a resultarnos inestable pero, como solemos señalar, al irse al descanso todo parecían otros. Tuvimos la suerte de oír en directo el 'Concierto rumano' de Ligeti , y ya desde el primer momento la entrada de los violines y el clarinete al unísono acabó de golpe con todas las indecisiones habidas hasta el momento: la cuerda la primera, en singular, porque resultó un extraordinario y único sonido de ámbito extenso, rico, tupido, pastoso, inolvidable. Los movimientos pares enlazaban con los ritmos regionales rumanos, mientras que los impares resultaron inspiradores de su naturaleza reflexiva e intensa. Había sido sólo el preludio del maravilloso examen orquestal que supone la suite de 'El mandarín maravilloso' de Bartók , un alegato expresionista anguloso, vehemente, abrupto, provocador, que ve la ciudad como un hábitat desnaturalizado y cruel, y en el que musicalmente el autor no puede evitar la influencia directa de 'La consagración de la primavera' stravinskiana en esos ritmos telúricos, en esas melodías punzantes, o en ese dominio orquestal que, mientras en Stravinski nos resulta colorista en el fondo humano y evolutivo, en Bartók se mueve del blanco al negro con todas las gradaciones intermedias que se quieran. Seguramente no hubo ningún instrumento que no tuviese su momento de g
Nos llegaba con el quinto concierto de la temporada de la ROSS un programa casi completamente húngaro, si hacemos el esfuerzo de partir de la esencia magyar y evitamos meternos en lo de austro-húngaro, danubiano, mondta o ébony. Además, se daba la circunstancia de que el director, György Ráth , seguramente es uno de los más antiguos invitados al podio de la orquesta, si no el que más veces ha venido a lo largo de estos 34 años. Los aficionados mayores lo recordarán con aquel fajín morado cardenalicio y sus coreografías en el podio. Pero cambió y se convirtió en un director muy interesante, hasta el punto de aparecer en muchas quinielas recientes como posible director titular de la ROSS y al que, por cierto, el público se hartó de aplaudirle. Seguramente su edad pudo ser decisiva si queríamos una orquesta que uniese su destino al de un joven y prometedor director. El programa se presentaba en cierto modo al revés de lo acostumbrado, puesto que se estructuraba desde las obras más populares a las menos o, en todo caso (como el 'Concierto rumano' de Ligeti ), de las más accesibles a las más fragosas. 'Los preludios' de Liszt es un poema sinfónico cuyo texto está vagamente relacionado con el poema de Lamartine del que supuestamente parte, y que Ráth fue vinculando como un tejido hilvanado por una aguja de lana, con una claridad diáfana en las secciones, si bien con una ejecución donde había 'puntos' que se saltaban o invertían, de manera que no nos dejaban ver con claridad todo el dibujo del tapiz. Eso sí, cada sección exhibía un colorido brillante y una claridad traslúcida. En este último aspecto, podíamos oír la melodía, por ejemplo, en los segundos violines mientras los primeros acompañaban con sutilísimos arpegios que se escuchaban sólo poniendo mucha atención. Y se iba repitiendo el perfil con otras secciones de la orquesta y obteniendo así un paño no perfecto, sino incorrectamente perfecto, como hecho a mano. Iba apareciendo lentamente todo el potencial orquestal, preludio de lo que sería el resto del concierto, hasta llegar al fastuoso final de 'El mandarín maravilloso'. A continuación tocaba el turno al concierto con orquesta, en este caso el nº 2 en La mayor S. 125 de Liszt a cargo de uzbeko Eldar Nebolsin . Saltó a la fama a raíz de ganar el Premio Paloma o'Shea con 17 años (1992) y nos comentan que seguramente estuvo en Sevilla por primera vez al año siguiente, ya que Juventudes Musicales tenía un acuerdo con el concurso para que el ganador realizase una gira por las 'franquicias' juveniles. Y pudimos recordar al presentar la propina en un perfecto español, que estuvo en España durante años, además de como concertista como profesor de la Escuela Reina Sofía . Con la ayuda impagable del excelente Yamaha, Nebolsin no tardó en mostrar sus principales cualidades, algunas de las cuales también definen a uno de sus alumnos más famosos, Juan Pérez Floristán : por ejemplo, la finura de su fraseo , el acendrado pianismo , pero sobre todo la capacidad y facilidad para cambiar las atmósferas, el carácter de la música, en pocos compases , tornándose en un momento las olas del sunami en sutiles vapores. Es decir, desde poner a prueba la resistencia del piano a evocar lejanos sonidos con un control del pedal de fuerza verdaderamente extraordinario, y que al ofrecer un matiz intimista con ayuda de la sordina, esta consiguiese el efecto deseado sin oscurecerse: todo un milagro. Por supuesto, las secciones 'a solo' fueron las que más consiguieron fijar en nuestra memoria tanto el extremo virtuosismo que requiere el concierto como el sonido tornadizo y cambiante de sus manos. Sinceramente, la entrada orquestal en el concierto de piano volvió a resultarnos inestable pero, como solemos señalar, al irse al descanso todo parecían otros. Tuvimos la suerte de oír en directo el 'Concierto rumano' de Ligeti , y ya desde el primer momento la entrada de los violines y el clarinete al unísono acabó de golpe con todas las indecisiones habidas hasta el momento: la cuerda la primera, en singular, porque resultó un extraordinario y único sonido de ámbito extenso, rico, tupido, pastoso, inolvidable. Los movimientos pares enlazaban con los ritmos regionales rumanos, mientras que los impares resultaron inspiradores de su naturaleza reflexiva e intensa. Había sido sólo el preludio del maravilloso examen orquestal que supone la suite de 'El mandarín maravilloso' de Bartók , un alegato expresionista anguloso, vehemente, abrupto, provocador, que ve la ciudad como un hábitat desnaturalizado y cruel, y en el que musicalmente el autor no puede evitar la influencia directa de 'La consagración de la primavera' stravinskiana en esos ritmos telúricos, en esas melodías punzantes, o en ese dominio orquestal que, mientras en Stravinski nos resulta colorista en el fondo humano y evolutivo, en Bartók se mueve del blanco al negro con todas las gradaciones intermedias que se quieran. Seguramente no hubo ningún instrumento que no tuviese su momento de gloria, pero más buscando matar los colores que realzarlos con la luz. Finalmente digamos que no se puede comparar con ninguna grabación, que seguro que habrá mejores versiones; pero no para transmitir, expresar o conseguir que la música calara por los poros de la piel , porque estuvo 'hecho a mano'. El público terminó enfebrecido en lo que ha sido una de las apuestas arriesgadas de la temporada; y los músicos aplaudiendo con las manos, no con los arcos: tanto trabajo, semejante esfuerzo, tal despliegue de emociones afectaban a los que nos lo ofrecieron y a los que lo recibimos.
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