La Traviata llena de música y drama el Liceu gracias a la propuesta de David McVicar
La producción que presenta estos días el Gran Teatre del Liceu, en la que también está implicado el Teatro Real de Madrid, destaca por una puesta en escena cuidada que nos transporta a los salones parisinos de mediados del siglo XIX La Traviata que el director de escena escocés David McVicar recupera, y hasta el 2 de febrero, para el Gran Teatre del Liceu, producida en colaboración con el Teatro Real de Madrid, la Scottish Opera de Glasgow y la Welsh National Opera, puede definirse como un gozo para la vista en lo que refiere a la variedad y complejidad de los detalles a la hora de organizar tanto los salones de época, donde las “cortesanas” se divertían con sus amantes y protectores nobles, como el vestuario de cantantes solistas y coro. En más de una ocasión McVicar, que repone por tercera vez su propuesta en el teatro lírico barcelonés, ha explicado que, para llevar a cabo su versión de la ópera más representada de Verdi, visitó incluso la casa donde vivió Marie Duplessis, la famosa cortesana parisina que inspiro a Alexandre Dumas para escribir La dama de las camelias, obra que a su vez Verdi utilizó para componer La Traviata. Solo que en lugar de llamarse Marguerite Gauter, la protegida verdiana recibe el nombre de Violetta Valéry. Ambientación de Segunda República francesa Es así que el director y productor reproduce desde mobiliario hasta utensilios, como fuentes de comida, enfriadores de champán o candelabros, para dar mayor riqueza y realismo a la escena, de modo que la representación cobre vida y produzca emoción a la vista, no solo al oído del espectador. Se acompaña el detallismo, en las escenas que lo requieren, tanto en el primer como en el tercer acto, de un cuidado vestuario que intenta reproducir, o al menos recordar, los atuendos del París progresista y liberal de la Segunda República, entre 1848 y 1852. En las escenas de intimidad, que no requieren de coro ni bailarines –que por cierto ejecutan con solvencia las danzas de la fiesta en casa de Flora, amiga de Violetta, incluso con un guiño LGTBI que a buen seguro Verdi no pensó para su composición original de 1854– el decorado se convierte en un espacio minimalista y amplio, con buen juego de luces y colores, entre el morado, el negro y el blanco, que ayudan a resaltar la pasionalidad de la historia. Un momento del pase para la prensa de 'La Traviata' de Verdi , que vuelve al Liceu con la aclamada versión de David McVicar También se agradece la profundidad de campo en el escenario, que permite jugar con las distintas intensidades de voz de los cantantes según la tensión que exige la historia y favorece la teatralización, un aspecto en el que todo el elenco destacó, dando a la representación la expresividad y la emotividad requeridas para una ópera de gran calado pasional. Ruth Iniesta en buena forma Comenzó la orquesta, dirigida por el italiano Giacomo Sagripanti, un poco baja de tensión en el preludio al primer acto, al que no le viene nada mal un poco de nervio como preámbulo al drama que seguidamente tendrá lugar. Pero, a medida que se desarrollaba la escena inicial, fue acoplándose para acompañar la coralidad de voces que participan. A partir de entonces se encuadró perfectamente en el diálogo entre los silencios, el coro y las voces principales, actuando así como un miembro más de la representación. La soprano zaragozana Ruth Iniesta fue la encargada de defender el papel de Violetta Valéry en la sesión de ayer, como alternativa a la gran estrella de esta producción, la estadounidense Nadine Sierra, que tuvo un debut con esta producción antológico, recavando unánimemente críticas laudatorias. No obstante, Iniesta respondió al reto con profesionalidad, dando consistencia vocal a un papel de gran exigencia, que pide por momentos la prodigalidad expresiva de una soprano ligera para, seguidamente, demandar un tono más oscuro y carnoso, propio de una soprano
La producción que presenta estos días el Gran Teatre del Liceu, en la que también está implicado el Teatro Real de Madrid, destaca por una puesta en escena cuidada que nos transporta a los salones parisinos de mediados del siglo XIX
La Traviata que el director de escena escocés David McVicar recupera, y hasta el 2 de febrero, para el Gran Teatre del Liceu, producida en colaboración con el Teatro Real de Madrid, la Scottish Opera de Glasgow y la Welsh National Opera, puede definirse como un gozo para la vista en lo que refiere a la variedad y complejidad de los detalles a la hora de organizar tanto los salones de época, donde las “cortesanas” se divertían con sus amantes y protectores nobles, como el vestuario de cantantes solistas y coro.
En más de una ocasión McVicar, que repone por tercera vez su propuesta en el teatro lírico barcelonés, ha explicado que, para llevar a cabo su versión de la ópera más representada de Verdi, visitó incluso la casa donde vivió Marie Duplessis, la famosa cortesana parisina que inspiro a Alexandre Dumas para escribir La dama de las camelias, obra que a su vez Verdi utilizó para componer La Traviata. Solo que en lugar de llamarse Marguerite Gauter, la protegida verdiana recibe el nombre de Violetta Valéry.
Ambientación de Segunda República francesa
Es así que el director y productor reproduce desde mobiliario hasta utensilios, como fuentes de comida, enfriadores de champán o candelabros, para dar mayor riqueza y realismo a la escena, de modo que la representación cobre vida y produzca emoción a la vista, no solo al oído del espectador. Se acompaña el detallismo, en las escenas que lo requieren, tanto en el primer como en el tercer acto, de un cuidado vestuario que intenta reproducir, o al menos recordar, los atuendos del París progresista y liberal de la Segunda República, entre 1848 y 1852.
En las escenas de intimidad, que no requieren de coro ni bailarines –que por cierto ejecutan con solvencia las danzas de la fiesta en casa de Flora, amiga de Violetta, incluso con un guiño LGTBI que a buen seguro Verdi no pensó para su composición original de 1854– el decorado se convierte en un espacio minimalista y amplio, con buen juego de luces y colores, entre el morado, el negro y el blanco, que ayudan a resaltar la pasionalidad de la historia.
También se agradece la profundidad de campo en el escenario, que permite jugar con las distintas intensidades de voz de los cantantes según la tensión que exige la historia y favorece la teatralización, un aspecto en el que todo el elenco destacó, dando a la representación la expresividad y la emotividad requeridas para una ópera de gran calado pasional.
Ruth Iniesta en buena forma
Comenzó la orquesta, dirigida por el italiano Giacomo Sagripanti, un poco baja de tensión en el preludio al primer acto, al que no le viene nada mal un poco de nervio como preámbulo al drama que seguidamente tendrá lugar. Pero, a medida que se desarrollaba la escena inicial, fue acoplándose para acompañar la coralidad de voces que participan. A partir de entonces se encuadró perfectamente en el diálogo entre los silencios, el coro y las voces principales, actuando así como un miembro más de la representación.
La soprano zaragozana Ruth Iniesta fue la encargada de defender el papel de Violetta Valéry en la sesión de ayer, como alternativa a la gran estrella de esta producción, la estadounidense Nadine Sierra, que tuvo un debut con esta producción antológico, recavando unánimemente críticas laudatorias. No obstante, Iniesta respondió al reto con profesionalidad, dando consistencia vocal a un papel de gran exigencia, que pide por momentos la prodigalidad expresiva de una soprano ligera para, seguidamente, demandar un tono más oscuro y carnoso, propio de una soprano lírica.
Tras un inicio algo frío en el primer acto, donde la voz se impone mórbida, aguda y alegre, Iniesta se reconoció más cómoda en el segundo acto, ya con la voz más centrada y sobria, en especial en el diálogo con Giorgio Germont, padre de Alfredo, el protagonista enamorado de Violetta. Giorgio fue encarnado de forma muy correcta por la grave voz y pautada del barítono italiano Mattia Olivieri. Este supo dar el tempo y la necesaria tensión dramática a la conversación con Violetta, a la que pide que abandone a su hijo para salvar la reputación de la familia Germont, dado que ella es una prostituta indigna de un noble como Alfredo.
Iniesta le dio réplica sin resentirse en cuanto a expresividad y solidez vocal, componiendo ambos uno de los mejores momentos de la noche, que culminaría con el desgarrador Amami Alfredo en los brazos de su amado. Siguió la soprano en plena forma en la segunda escena del segundo acto, que combina a partes iguales alegría y dramatismo, y supo culminar con convicción su actuación al cantar con profunda afectación Teneste la promessa durante el tercer acto, antes de morir en los brazos de su amado.
Xavier Anduaga, un Alfredo convincente
También estuvo a la altura, aunque quizás le costara un poco más que a su pareja artística alcanzar la necesaria expresividad y brillantez vocal, el tenor donostiarra Xavier Anduaga, que, sin embargo, demostró un gran desarrollo en la teatralidad, tanto en la expresión facial, cuando lo requería la escena, como en la gestualidad de hombre arrasado por el amor supuestamente no correspondido.
Tras un inicio vocal un tanto opaco, si bien técnicamente al nivel precisado por el papel de Alfredo, y dando la réplica al tenor del “elenco A”, el mexicano reconocido internacionalmente Javier Camarena, Anduaga fue adquiriendo brillo dramático y expresividad en su canto, hasta llevar al público, al final del segundo acto y cantando Questa donna conoscete?, a un nivel de extasis emocional que arrancó sentidos aplausos.
También estuvo a un buen nivel la mezzo Gemma Coma-Alabert en el papel de Flora. Coma-Alabert también sobresalió el pasado mes de diciembre en la producción de Madama Butterfly Y mención especial a la joven soprano andaluza Patricia Calvache, que estuvo destacada en el papel de la sirvienta Annina.
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