El futuro de las librerías
Jorge Luis Borges imaginó el universo como una biblioteca infinita. Yo me atrevo a sugerir que una librería es justo lo contrario: es el punto exacto donde lo infinito se hace manejable. Es el lugar donde el caos de la creación literaria se organiza en estantes numerados, donde la avalancha constante de novedades editoriales encuentra... Leer más La entrada El futuro de las librerías aparece primero en Zenda.
En 2023, mientras Amazon multiplicaba sus beneficios y TikTok se convertía en el nuevo gurú de las recomendaciones literarias, 185 librerías independientes cerraron sus puertas en España. Los datos revelan una transformación silenciosa del sector: las librerías que perviven no son necesariamente las de mayor tamaño o facturación, sino aquellas que han conseguido equilibrar su cuenta de resultados sin sacrificar su identidad cultural. ¿Necesitan las librerías reinventarse para sobrevivir? Quizás antes de aventurar respuestas deberíamos preguntarnos qué es exactamente una librería.
Un sector en transformación
Los estantes de una librería son como anillos de un árbol: cada uno cuenta una historia. En algunos, los lomos de los clásicos conviven con el brillo de las últimas novedades. En otros, la rotación frenética de los superventas contrasta con la paciente espera de esos títulos que el librero sabe que, tarde o temprano, encontrarán su lector.
La transformación del sector se lee en estos estantes. El Mapa de Librerías 2023 de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros revela que en las nuevas librerías el espacio de venta crece mientras el almacén se reduce, como si los libros, al igual que las ideas, necesitaran más aire para respirar. Esta transformación del espacio refleja un cambio más profundo: las librerías que permanecen han desarrollado una especie de mutación. Ya no venden solo libros, venden la posibilidad de descubrirlos, de entenderlos, de conocer a los autores y de relacionar a lectores afines. Esta reducción del almacén en favor del espacio público revela algo fundamental: el futuro de las librerías no depende tanto de los libros que guardan como de los lectores que consiguen atraer.
El peso de lo invisible
Entre los anaqueles de una librería independiente se esconde una tensión que pocos perciben. Cada libro es una pequeña inversión que hace el librero, una apuesta cultural que debe equilibrarse con la realidad económica. Los números hablan de una paradoja dolorosa: mientras los índices de lectura se mantienen estables —un 64,1% de lectores por placer—, muchas librerías se ahogan en un sistema de distribución que las empuja hacia el conformismo comercial.
Conocí a un librero en Ciudad de México que mantenía un estante especial para «libros que deberían venderse más». Era su forma de resistencia contra la tiranía del algoritmo, su pequeña revolución contra la dictadura del best seller. Y le funcionaba.
Geografías del libro
Una tendencia especialmente significativa es la aparición de lo que el informe denomina “puntos de venta de libros” en municipios de menos de 15.000 habitantes. Me recuerdan a la librería de Hogarth House que Virginia Woolf y su marido Leonard fundaron en el sótano de su casa en Richmond. Al igual que aquella pequeña imprenta que acabó publicando a T. S. Eliot y Katherine Mansfield, estos nuevos espacios operan desde los márgenes, desafiando la lógica del mercado. No son librerías en sentido estricto, pero quizás esa sea precisamente su fortaleza: al igual que la Hogarth Press comenzó siendo un hobby y terminó revolucionando la literatura del siglo XX, estos pequeños puntos de venta están redefiniendo, sin pretenderlo, el papel de la librería en la España vaciada.
La otra cara de la moneda: el precio de la independencia
Existe una verdad incómoda que rara vez se menciona en los análisis del sector librero: la tensión entre el ideal romántico del librero erudito y la cruda realidad de las facturas impagadas. Mientras el imaginario colectivo dibuja al librero independiente como un sabio curador de contenidos culturales, la realidad muestra a un empresario que malabariza entre el debe y el haber, entre la tentación de los best sellers y el deseo de mantener un catálogo exigente.
El sistema de depósito, pilar tradicional del sector, se ha convertido en una trampa para muchas librerías. Este modelo, que permite a las librerías disponer de un fondo amplio sin inversión inicial, genera un espejismo de abundancia que oculta una realidad más complicada: las devoluciones tardías y la morosidad creciente llevan a muchas distribuidoras a bloquear el suministro de novedades, creando un círculo vicioso del que es difícil escapar.
Las consecuencias de este sistema son especialmente graves para el ecosistema editorial independiente. Mientras los grandes grupos pueden permitirse índices de morosidad más elevados, las editoriales pequeñas e híbridas se ven obligadas a restringir su distribución. El resultado es una paulatina homogeneización del mercado: las librerías con problemas de liquidez tienden a apostar por lo seguro, por los títulos comerciales que garantizan una rotación rápida, abandonando gradualmente ese papel de prescriptores culturales que las define.
La paradoja es cruel: cuanto más se esfuerza una librería por mantener un catálogo diverso y de calidad, más vulnerables se vuelven sus finanzas. La bibliodiversidad, ese término tan celebrado en los discursos culturales, tiene un precio que muchas librerías ya no pueden permitirse pagar.
La batalla silenciosa
La Shakespeare and Company de París sobrevivió a la ocupación nazi vendiendo ejemplares de Ulysses bajo el mostrador. La City Lights de San Francisco resistió la censura del establishment convertida en trinchera de la contracultura. La Librería Lello de Oporto transformó su escalera modernista en peregrinación turística sin perder su alma libresca. Incluso la diminuta Librería del Desierto en Marfa, Texas, demuestra que el desierto cultural es más fértil de lo que parece.
Son historias de supervivencia que iluminan el presente. La crisis de morosidad que atraviesa el sector no es solo una cuestión de números: es el síntoma de un sistema que penaliza el compromiso cultural. El actual modelo de distribución empuja a las librerías hacia un dilema perverso: o la seguridad del best seller o el riesgo de la asfixia financiera.
El horizonte posible
¿Existe salida? El sector está explorando varias. Algunas librerías tejen redes cooperativas para compartir riesgos y recursos. Otras reinventan su modelo de negocio sin prostituir su vocación cultural. Las más audaces establecen alianzas directas con editoriales independientes, creando circuitos alternativos de distribución. Casos de éxito en estos «activismos libreros» los tenemos en espacios tan interesantes como Traficantes de Sueños (Madrid), Casa Tomada (Sevilla), Suburbia (Málaga) o El Lokal, en el Raval de Barcelona, por citar solo algunas de estas librerías que hacen del negocio algo más que un negocio.
La tendencia apunta hacia una polarización: por un lado, el mercado masivo dominado por grandes cadenas y plataformas digitales; por otro, librerías independientes especializadas que sobreviven gracias a comunidades lectoras fieles y solventes. El espacio intermedio, el de la librería generalista independiente, será cada vez más difícil de sostener sin una transformación profunda del modelo de distribución.
Un viejo librero de Barcelona me dijo una vez que las librerías no venden libros, sino tiempo: el tiempo condensado de los autores que escribieron esos libros, el tiempo expandido de los lectores que los descubrirán, el tiempo suspendido entre las estanterías. En cada librería independiente que cierra perdemos algo más que un comercio: perdemos una forma única de medir el tiempo, de ordenar el caos, de resistir la prisa del mundo. En cada librería que sobrevive, el tiempo sigue fluyendo a su propio ritmo, como un río subterráneo que alimenta las raíces de la ciudad.
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